Mañas mañosas
Mi amigo Andrés Palma me desafía en su blog a revelar mis mañas. Flaco favor, le digo, porque mañoso es casi sinónimo de viejo y, según me dicen, mis cuatro décadas todavía no han hecho mella. Sin embargo, me decido a no esquivar el bulto para ejercer el derecho a desahogo.
Mis mañas tienen que ver también con el orden (aseo y ornato) y, además, con los modales.
Me carga la ropa sucia tirada en el suelo, tanto por razones estéticas como por considerarlo una falta de respeto hacia quien hace las labores domésticas. También me dan asco los ceniceros llenos que permanecen por más tiempo del debido en cualquier parte de la casa y, peor aún, en la oficina. ¡Ah!, y dicho sea de paso, los puchos abandonados en maceteros con plantas indefensas.
Evito mirar para el lado cuando paro frente a los semáforos porque demasiadas veces me ha tocado presenciar que el conductor vecino escarba su anatomía. Algo me pasa con esas intimidades hechas públicas, porque tampoco soporto el ruido de los cortauñas fuera del baño o los dormitorios en mi casa. AJJJ, ayer volví a sufrir lo último en el Metro y, como me pude dar cuenta, no era la única afectada.
Respecto a modales urbanísticos, se me está formando una fobia contra los apurones, esos conductores generalmente de camionetas 4x4 que te adelantan por la derecha en forma imprudente para avanzar sólo un poco más que tú.
En un plano menos gruñón, creo que me he vuelto una mañosa de la tecnología. Me desespera estar sin sistema en la pega y/o desconectada de mi correo electrónico. Creo que a muchos les pasa: ya estamos tan acostumbrados a trabajar a través de e-mails y con Internet, que no disponer de conexión pasa a convertirnos en seres inválidos. Lo más mañoso en este sentido es abusar del replicador cuando un correo no llega. Demasiado acostumbramiento a la instantaneidad, por eso hay que aprender a desconectarse, aunque cueste.
Mis mañas tienen que ver también con el orden (aseo y ornato) y, además, con los modales.
Me carga la ropa sucia tirada en el suelo, tanto por razones estéticas como por considerarlo una falta de respeto hacia quien hace las labores domésticas. También me dan asco los ceniceros llenos que permanecen por más tiempo del debido en cualquier parte de la casa y, peor aún, en la oficina. ¡Ah!, y dicho sea de paso, los puchos abandonados en maceteros con plantas indefensas.
Evito mirar para el lado cuando paro frente a los semáforos porque demasiadas veces me ha tocado presenciar que el conductor vecino escarba su anatomía. Algo me pasa con esas intimidades hechas públicas, porque tampoco soporto el ruido de los cortauñas fuera del baño o los dormitorios en mi casa. AJJJ, ayer volví a sufrir lo último en el Metro y, como me pude dar cuenta, no era la única afectada.
Respecto a modales urbanísticos, se me está formando una fobia contra los apurones, esos conductores generalmente de camionetas 4x4 que te adelantan por la derecha en forma imprudente para avanzar sólo un poco más que tú.
En un plano menos gruñón, creo que me he vuelto una mañosa de la tecnología. Me desespera estar sin sistema en la pega y/o desconectada de mi correo electrónico. Creo que a muchos les pasa: ya estamos tan acostumbrados a trabajar a través de e-mails y con Internet, que no disponer de conexión pasa a convertirnos en seres inválidos. Lo más mañoso en este sentido es abusar del replicador cuando un correo no llega. Demasiado acostumbramiento a la instantaneidad, por eso hay que aprender a desconectarse, aunque cueste.