08 agosto, 2006

Mis juguetes


Para el Día del Niño, viendo los cientos de juguetes que había en los supermercados, me encontré con una caja registradora, con lector de código de barras y todo. Ya no tenía a quién regalársela, porque la Consu y el Ale están bien grandes. Pero me quedé un buen rato mirando todas sus gracias, porque me recordó una que yo tuve como a los cinco años, y que mi hermano Roberto se encargó de destruir rápidamente: le sacó el timbre para jugar a la micro.

La presencia o ausencia de juguetes lo marca a uno. Yo tuve muchos, pero creo que lo más importante es que fueron muy, muy especiales porque los recuerdo con un placer infinito. A esa edad, mi mamá tenía buena situación económica y yo recuerdo que en sus viajes a Santiago visitaba las mejores tiendas -- la Casa Hombo y la Juguetería Alemana -- para llevarme algo único. Así fue como tuve un caballito cuya cabeza, en vez de ser de palo pintado, era de peluche. Y un trompo de lata con un mecanismo que lo hacía girar empujando una palanca de arriba a abajo. Años después, mi mamá me sorprendió con una extraordinaria pareja de monos, a quienes bauticé como Lancelot Link y Mata Hari, por los personajes de una serie de TV que existía en ese tiempo.


Aunque no leo muy seguido el suplemento Artes y Letras de El Mercurio, hace un par de días domingo encontré un
artículo sobre un Museo de los Juguetes Chilenos que piensa crear un señor Santis en Valparaíso. Justamente señalaba Santis que los juguetes chilenos eran muy sencillos, de materiales muy simples, que los más elaborados tenían origen europeo. Justamente de esos fueron muchos de los míos, por eso me invadió la nostalgia cuando en una juguetería en Zurich encontré una copia exacta de mi caballito, y en un rincón de souvenirs de la CasaMilá en Barcelona, encontré también un símil de mi trompo. Lo que no he podido encontrar de nuevo han sido los inolvidables recortables Royal. Cuando me enfermaba, sabía que el reposo sería agradable porque sólo me hacían comer sopa de posta con cabellos de angel. Y para la entretención, me pasaban una bandeja, tijeras, goma de pegar, y un album nuevo de casitas para armar o muñecas para recortar y vestir. Roberto supo darle un buen destino a mi trabajo arquitectónico, ya que pegó todas las casas sobre una plancha de madera y armó un pueblo entero, con calles, tiendas, escuela y estación de bencina. Por ahí hacíamos circular sus autos Matchbox.

Recibir y regalar son dos verbos complementarios. Tuve la gran suerte de recibir y saber lo que se siente. Tal vez por eso hoy también me entretiene tanto buscar qué regalar.

0 Comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal