16 enero, 2012

¿Tiene nombre su nana?


Este texto se llamó originalmente "Las ´nanas` en Chile y América Latina: alteridad y segregación" y es parte de un ensayo que escribí en 2010 para mi clase de Análisis del Discurso, en el Magíster de Comunicación Estratégica en la UC. Contiene elementos que pueden ser interesantes para la discusión pública que se está dando a propósito de las discriminatorias medidas aplicadas en el condominio Brisas de Chicureo en contra de trabajadoras y trabajadores que allí prestan servicios.


Al lingüista holandés Teun van Dijk le interesa el tema del racismo y la discriminación. Desde la corriente Análisis Crítico del Discurso, de la cual se dice es su principal exponente, se ha dedicado a estudiar la relación entre las conductas y las ideologías racistas y cómo esas posturas se modelan en la mente de las personas a través del lenguaje y el discurso.

Por lo que he podido indagar, van Dijk ha realizado la mayor parte de sus investigaciones en España y América Latina, generalmente aplicadas a las ideologías racistas y sus diversas manifestaciones en el discurso cotidiano, de los medios de comunicación, de las elites económicas y políticas. En una de sus cátedras ha señalado que el análisis del discurso sobre el racismo puede también aplicarse al sexismo y a otras formas de marginalización. Por ello me parece interesante mirar, a través de sus conceptos, un tipo de relación muy arraigada en nuestra sociedad y cuyas consecuencias de marginación contemplan una paradoja, dado que se ejerce sobre personas que, lejos de ser distantes y desconocidas, se desenvuelven en espacios íntimos y de confianza.

Esta relación es la de las mujeres que trabajan en el servicio doméstico (en Chile, las “nanas”) y la de sus empleadores (“los patrones”). Para hacer este análisis, me guiaré por algunos conceptos desarrollados por van Dijk en su libro “Ideologías, un enfoque multidisciplinario” (2003).

Quiénes son

Las tareas de servicio doméstico remunerado, entendidas principalmente como cocinar, asear, ordenar, lavar y planchar ropa, así como servir a los dueños de casa y cuidar a sus hijos, son realizadas por mujeres. Prácticamente no se conocen casos de hombres que se dediquen a dichas tareas.

Este trabajo tiene sus orígenes en la Europa del siglo XVIII, ligado al rol que la sociedad burguesa asignaba a las féminas: ser madres, amas de casa y dominar el mundo privado, en tanto que los hombres asumían la manutención del hogar y dominaban el espacio público. Cuando las clases altas dejaron de tener esclavos, siguieron necesitando ayuda para mantener sus residencias y estuvieron dispuestas a remunerar el servicio. Sin embargo, no debieron pagar altas sumas de dinero, ya que había una clase de desposeídos dispuestos a trabajar por una remuneración baja.

Así surgieron las sirvientas y criadas, cuyas ocupaciones eran las más básicas (como limpiar, cocinar y servir); y las doncellas, institutrices y amas de llaves, que debían acompañar a las señoras y señoritas, educar a los niños y organizar las tareas en la residencia. Era un mundo jerarquizado, donde los dueños de casa (o “señores”) eran los dominantes, no obstante ciertos niveles de dominio también eran ejercidos por personas que asumían mandos delegados, tales como los mayordomos y las institutrices. También era una época en que contar con sirvientes implicaba un estatus económico y social. [1]

La costumbre de tener servidumbre llegó a América Latina con los conquistadores españoles. Así, el servicio doméstico ha estado presente en nuestras sociedades desde la Colonia y se ha afianzado mucho más que el continente donde se originó, producto de la desigualdad de los ingresos que existe en la mayoría de nuestros países.

Por otra parte, en nuestra región surgió la costumbre de desarraigar mujeres jóvenes y hasta niñas campesinas para llevarlas a trabajar a casas de familias pudientes en la ciudad. Esta práctica se dio en Chile por mucho tiempo y todavía persiste en algunos países como Perú[2]. En esta circunstancia, la relación dominante-dominada se acrecienta, pues la persona débil carece de toda posibilidad de salir de su situación: le falta madurez para enfrentar su problema, su educación es precaria, está lejos de sus redes sociales y desconoce el mundo externo en el cual está inserta. En varias situaciones, las niñas y mujeres empleadas han sido víctimas de abusos sexuales y violaciones, lo cual ha incrementado su posición de debilidad.

Actualmente el servicio doméstico es el sector con mayor concentración femenina en América Latina, representando el 15,5% del total de las mujeres ocupadas en el año 2003, según la Organización Internacional del Trabajo: Argentina (16,7%), Brasil (20,1%), Chile (16,8%), Panamá (15,4%) Paraguay (24,1%) y Uruguay (20,4%). En Colombia, Costa Rica y Perú variaba entre 12 y 13% [3]

Hoy, en Chile, más de 350 mil mujeres se dedican al trabajo doméstico remunerado. De ellas, según datos del gobierno, cerca del 14% corresponde a las denominadas "trabajadoras puertas adentro", es decir personas que viven en la casa del empleador. Tanto para quienes trabajan “puertas adentro” como “puertas afuera”, oficialmente se autoriza que su remuneración sea la más baja del mercado: equivale al 83% del sueldo mínimo establecido por ley. [4]

“Cuidar es cosa de mujeres y servir es asunto de mujeres pobres”, es una de las conclusiones más dramáticas de las investigadoras Verónica Amarante y Alma Espino, en un estudio realizado sobre el Servicio Doméstico en Uruguay.[5] Este es un aspecto importante, pues la relación de dominante-dominada se afianza con las diferencias económicas, de educación y cultura, como veremos más adelante.

¿Cómo es hoy la relación entre empleadores y empleadas? ¿De qué manera las pautas de interacción que se fijaron en la Europa de hace tres siglos siguen modelando las conductas de quienes hoy tienen nanas? ¿Cómo se manifiesta la alteridad en este tipo de relaciones? ¿Existe solidaridad de género entre empleadoras y empleadas? Estas preguntas son las que guiarán mi análisis del discurso, con la ayuda de algunos conceptos desarrollados por van Dijk.

Modelos de contexto

Según el autor, “el hecho de especificar los contextos provee una visión de los detalles del ejercicio de dominación social y sus ideologías subyacentes”. Se trata de mirar la sinergia permanente entre los modelos mentales, la posición que cada parte asume en la relación y el lenguaje que escoge para dirigirse al otro. Esto implica que la forma en que se darán las interacciones vendrá predeterminada por el conocimiento y las experiencias previas, propias y aprendidas, de cómo se supone que debe ser la relación entre dominante y dominado. Algunos elementos del modelo de contexto en la relación entre nanas y empleadores son:

Clases sociales diferentes: la categoría dominante es ejercida por individuos y familias de las clases alta y media, cuyas motivaciones pueden ser distintas entre si. En el caso de la clase alta, contar con ayuda doméstica es parte de su realidad, no se concibe que alguien de este grupo haga actividades de cuidado del hogar, menos aún si trabajan y estudian. En el caso de la clase media, el servicio doméstico es una necesidad, ya que a la dueña de casa permite liberar tiempo y energía para dedicarse a trabajar, incrementar su nivel de ingresos, y a los hijos, a estudiar. En todos los casos, las nanas provienen de la clase de menor nivel de ingresos y educación en toda la escala social.

Género: En su mayoría, la principal relación entre empleador y empleada se da entre dos mujeres, pues es la dueña de casa quien asume la tarea de conducción y supervisión de la segunda, por cuanto socialmente se le asigna a ella la responsabilidad del cuidado de la familia. Por tanto, existe una “patrona” que contrata a una “nana” para actividades que suelen denominarse como “todo servicio”. Un ejemplo de este supuesto es que la Dirección del Trabajo ha publicado una “Guía de Empleadoras y Trabajadoras de Casa Particular”, estableciéndose oficialmente el género femenino para ambas partes.[6]

Supervisión: La presencia o ausencia de la dueña de casa durante la jornada laboral de la nana marca algunas diferencias, creando situaciones diferentes en el contexto mismo. Hoy en día, con los mayores niveles de educación de las mujeres de clase media y alta, y su incorporación a la fuerza laboral, las tareas del hogar quedan delegadas en la nana o entregadas a su total criterio y forma de hacer. El nivel de supervisión o autonomía que ejercen respectivamente patronas y nanas determina en gran parte muchos aspectos de su relación.

Formación: Un supuesto relevante en este modelo de contexto es que no se espera capacitación formal en la nana: para hacer las camas, lavar, limpiar vidrios, cocinar y servir no se requieren estudios, sólo experiencia o disposición a aprender. La excepción se está dando en los nuevos roles que algunas nanas asumen por ausencia de los padres. Muchas de ellas los reemplazan en la supervisión de las tareas y estudios de los hijos pequeños, por lo cual se aprecia que tengan un mayor nivel educacional, pero no es un requisito.

Así, si bien existen salvedades, con casos en que la interrelación entre patrones y nanas es respetuosa y se ejerce en un espacio de integración y afectos que crecen con el tiempo, el modelo social prevaleciente todavía es de diferencias marcadas, distancia en el trato y desconfianzas, producto de la ideología prevaleciente. La regla es el comportamiento autoritario de parte de las patronas y sumiso de parte de las nanas.

Cómo se manifiesta la alteridad

Como señala van Dijk, los grupos sociales y sus categorías son la base de las ideologías. En la definición de quiénes somos “nosotros” y quiénes son “ellos”, establecemos nuestra posición en el mundo y mediante cuáles valores y principios queremos regirnos y formar a nuestros hijos.

La relación de contrato laboral entre empleadora y nana en sí establece una distinción de al menos dos individuos con posiciones distantes. Ejerce el poder la empleadora, porque fija cómo quiere que se le brinde el servicio, controla los horarios, las condiciones de trabajo y muchos otros aspectos de la vida de la nana, cuando ésta trabaja “puertas adentro”, como sus tiempos de descanso y espacios de entretención (en su pieza o con la familia).

Existen además algunos elementos que contribuyen a exacerbar a tal nivel las diferencias que pueden considerarse actos discriminatorios. A continuación, menciono algunos de ellos.

Tanto en Chile como en otros países latinoamericanos, el delantal es el elemento que distingue a las nanas y es obligatorio para quienes trabajan en hogares de clase alta. Más que una prenda útil para proteger su ropa, éste pasa a ser una suerte de uniforme que la define en su condición de empleada. Así, cuando la nana acompaña a la dueña de casa al supermercado o lleva a los niños a jugar a la plaza, se le exige ir siempre con delantal, pues de esta manera se elimina cualquier posible confusión respecto a la relación que ella tiene con la familia o la persona que la emplea. Queda así claramente establecido que “ellas” son un grupo diferente a “nosotros”.

Vale la pena mencionar que esta situación es mucho menos frecuente en las nanas empleadas en hogares de clase media. En los casos en que usan delantal, generalmente lo utilizan sólo al interior de la vivienda, lo cual revela que la necesidad de distinguirlas es más relevante para las clases altas que para las clases medias.

Otra forma de segregación se da cuando los patrones solicitan que la nana acuda a su servicio mediante un llamado de campanilla. Esta costumbre, una herencia de la antigua burguesía, tiene un profundo significado discursivo, pues establece que quien ejerce el dominio no necesita alzar la voz ni menos moverse de su lugar para conseguir que el dominado acuda a atenderlo.

Un tercer ejemplo, menos común pero igualmente significativo, se da en el caso de los patrones que desconocen – o prefieren omitir – el nombre propio de su empleada y la llaman por el genérico “nana”. De esta forma, el individuo que ejerce el rol dominante utiliza una estrategia semántica que refuerza su posición, al situar a la persona que le sirve en una categoría inferior, reemplazable, carente incluso de rasgos individuales.

Por otra parte, es interesante ver como en sus propias conversaciones, muchas nanas sostienen dichos dominios ideológicos, al referirse a sus empleadores como “los patrones” o “los hijos de los patrones”, en circunstancias de que podrían usar los nombres propios de quienes las emplean.

Reproducción

Uno de los conceptos que Teun van Dijk desarrolla en su libro es el de la reproducción de la ideología; es decir, cómo determinadas creencias, prácticas y valores se van manifestando a través del discurso y de las acciones que se realizan con regularidad en un grupo hasta constituirse en un continuo.

Tal como señalé en el comienzo de este artículo, lo singular de la ideología que sostiene la relación predominante entre empleadores y nanas es que se genera en cada hogar donde hay una mujer brindando servicio doméstico. No existen libros que presenten los valores predominantes ni grupos formales que se encarguen de transmitir la ideología. La institución es, simplemente, la familia que emplea a una nana y, su principal formador es la madre o el padre que encabeza esa familia. En muchos casos, es la “patrona” quien tiene un discurso pre-formulado de cómo debería ser la relación con la nana y lo transmite a los miembros de su familia en forma directa e indirecta.

Aplicando el esquema propuesto por Teun van Dijk para analizar las distintas dimensiones de reproducción social de las ideologías, se puede señalar lo siguiente respecto al trato a la nana en muchas familias chilenas:

  1. Sistema-Acción: trato dominante, mediante órdenes, distancia en los actos cotidianos (nana come en la cocina, ve televisión en su pieza).
  2. Acción-Sistema: respeto a los dueños de casa basado en el temor, poca interacción con los miembros de la familia, sólo relación con otras personas de su mismo rango (jardinero, chofer, gasfiter, maestro).
  3. Grupo-Miembros: a través de sus acciones y trato hacia las personas de servicio, los padres muestran a sus hijos el comportamiento ideológico; a veces lo verbalizan cuando se refieren a situaciones específicas (“Dile a la nana que traiga el pan”, en vez de “Pide a Juanita que traiga el pan”) o expresan opiniones categóricas (“Es bruta, pero honesta, la pobre”). Estas afirmaciones, dichas por la madre o el padre son creíbles para los hijos, por lo cual contribuyen a forjar creencias negativas en los niños.
  4. Miembros-Grupo: en muchas ocasiones, la ideología es acogida sin reparos por los más jóvenes de la casa, quienes no sólo reproducen sino que amplifican el mal trato aprendido de sus padres. Otras veces se da todo lo contrario: los jóvenes reconocen en “su nana” a una persona que les entrega cuidado y cariño, de mucha cercanía personal, por lo cual rechazan el discurso despectivo de sus padres.
  5. Local-Global: es muy común que las relaciones domésticas de una familia se extrapolen en conversaciones sobre nanas. La escena es la siguiente: un grupo de mujeres de clase alta conversa y surge el tema de las nanas. Comparten sus experiencias y comentan lo “ladronas”, “sucias”, “irresponsables” que son las nanas. Pero, paradójicamente, concuerdan en que las necesitan para mantener limpias y ordenadas sus casas y bien alimentadas sus familias, porque ellas no tienen tiempo (trabajan) o sus casas y familias son demasiado grandes. Concluyen en que las nanas “son un mal necesario”.

Producción del discurso

Tal como señala van Dijk, la ideología se asienta en el discurso, y éste toma cuerpo con los elementos léxicos que se eligen u omiten, manifestando así las creencias que tenemos respecto a un determinado grupo social.

Precisamente porque cómo denominamos definimos qué espacio queremos asignar en el mundo al objeto o sujeto nombrado es que es interesante notar las diferencias de nombres que se han dado en el tiempo a quienes he llamado mayoritariamente en este análisis como “nanas”. “Empleada doméstica” ha sido un apelativo común por parte de los empleadores, quienes de un tiempo hasta ahora han optado por llamarlas “nanas”, quizás en un intento de dulcificar su trato y asociarlo más a una de sus tareas más valoradas: el cuidado de los niños.

Para las trabajadoras, la caracterización de “doméstica” ha tenido una connotación peyorativa, por lo cual prefieren otras denominaciones y una de sus preferidas ha sido “asesoras del hogar”. Pero más que definir cómo quieren ser llamadas, tienen claro como no quieren que las denominen. "Nosotras ya no somos empleadas domésticas, preferimos que se nos diga trabajadoras o por último nanas, pero lo de domésticas nos suena como a un animalito", señaló Clérida Delgado, presidenta del Sindicato Interempresas de Trabajadoras de Casas Particulares [7]

La declaración de la dirigente sindical demuestra la conciencia del grupo dominado por recuperar su dignidad. Es una intención de romper las reglas del modelo de contexto y establecer uno nuevo, en que su posición sea respetada. Es lo que van Dijk señala asumir un rol social, distinto al rol profesional, en el cual la misma Clérida Delgado decide oponerse a la costumbre del grupo dominante y establece una posición representativa de su grupo, con lo cual claramente hace un manifiesto ideológico.

Por último, es relevante mencionar que la denominación “Trabajadoras de casa particular” está presente en las políticas públicas en Chile hacia este sector laboral. Vale la pena señalar que el gobierno ha conseguido legislar respecto al mejoramiento de sus condiciones y se ha preocupado de darles a conocer sus derechos. Si bien éste es un grupo trabajador en que aún quedan espacios de informalidad, en Chile la mayoría de las contrataciones se hace bajo normas legales de amplia difusión.

Las reformas más recientes, que apuntan a normalizar su condición respecto al resto de los trabajadores tienen que ver con la equiparación de sus salarios. Esto es realmente significativo, pues de esta forma dejan de ser “las otras”, “las menos merecedoras” y pasan – gradualmente – a ser similares al universo de trabajadores chilenos. A partir del 1 de marzo de 2010, la remuneración mínima de las trabajadoras de casa particular será de un 92% del ingreso mínimo mensual, porcentaje que aumentará al 100% del ingreso mínimo mensual a partir del 1 de marzo de 2011.

Otro cambio significativo, en función de la mencionada dignificación del trabajo, tiene que ver con el descanso en los días festivos. Acaba de entrar en vigencia la Ley que amplía el régimen de descanso semanal de las trabajadoras “puertas adentro” a los días festivos. El 1 de mayo último, la Presidenta de la República, Michelle Bachelet, celebró el Día del Trabajo en un desayuno con un grupo de mujeres trabajadoras de casa particular. En su discurso, la Mandataria hizo referencia directa a la desigualdad y la discriminación del que este grupo ha sido sujeto: "Nos estamos haciendo cargo de una deuda histórica, con mujeres que trabajan en el seno de una familia, personas que se comprometen profundamente con lo que ocurre en casas que se convierten en un segundo hogar”.

Conclusión

A través de este análisis, en el que sin duda han quedado numerosos elementos sin poder tocarse por razones de espacio – como el tratamiento de las nanas inmigrantes – he intentado confirmar el principio de que la construcción de modelos mentales se reproduce por generaciones. En este caso, se trata del mundo privado de las familias, no obstante sus rasgos discriminatorios trascienden a los espacios públicos.

Hoy en día, las prácticas discriminatorias hacia las nanas están arraigadas en la clase alta. Por lo general, la clase media, que es mucho más dependiente del apoyo doméstico y asigna más valor a ese trabajo, tiende a mejorar el trato hacia las nanas y, así, generar interacciones distintas, no segregacionistas.

En la prensa, las nanas rara vez son tema. De vez en cuando, surgen denuncias de casos particulares de mal trato a niños o discriminación laboral. Otras contadas ocasiones el trato marginador de los patrones es materia de ironía o denuncia en algún reportaje. En las teleseries, que tienden a ser reflejo de las tendencias sociales, los personajes que representan a nanas y patronas generalmente tienen un trato cordial y hasta de complicidad. Da la impresión de que los guionistas tuvieran conciencia de que ejercen un poder ideológico en sus audiencias y quisieran contribuir a valorar las conductas integradoras.

En Chile, el gobierno se está preocupando de eliminar las condiciones de desigualdad, promoviendo con hechos concretos la incorporación de las nanas a una condición de normalidad laboral.

Tal como señala van Dijk, las ideologías son modificables. Es de esperar que las nuevas condiciones laborales, las conductas de los jóvenes, los empleadores conscientes y el ejemplo de los medios de comunicación contribuyan a dejar en evidencia las prácticas de marginación y a disminuirlas hasta su desaparición. Es más, es de esperar que la nueva ideología predominante en cuanto al trato a las nanas sea el del respeto a su dignidad como personas.



[2] Silva San Esteban, R. “Se necesita muchacha” (2008) reportaje publicado en el Centro de Investigación Periodística. Recuperado de: http://ciperchile.cl/2008/02/14/se-necesita-muchacha/

[3] Abramo, L., editora. “Trabajo decente y equidad de género” (2006) publicación de la Organización Internacional del Trabajo. Recuperado de http://www.oitchile.cl/pdf/igu026.pdf

[4] Dirección del Trabajo, Ministerio del Trabajo. www.dt.gob.cl

[5] Amarante V., y Espino D. La situación del servicio doméstico en Uruguay (2008): Investigación para INAMU y Banco Mundial. Recuperado de: http://www.oitchile.cl/pdf/08-41.pdf

[6] Guía de Empleadoras y Trabajadoras de Casa Particular (sf) Recuperado el 06.06.2009 de http://www.dt.gob.cl/documentacion/1612/article-60059.html

[7] 2003, Nanas sienten puro orgullo de su pega, Diario Crónica de Concepción, Recuperado de: http://www.cronica.cl/edicion_cronica/seccion/articulo.php?id=7210&dia=1061524800