27 mayo, 2006

El minero



Escribí este cuento en febrero de 1981. Llevaba un par de años leyendo a Bradbury y a Asimov, lo cual me motivó a experimentar en el género. Es entretenido leerlo ahora, especialmente porque la red nos permite volver con tanta facilidad al pasado...



Zur buscó la luz. Sus ojos se abrieron lentamente, tras dos pestañadas de sopor. Estiró los brazos, pesados aún, y su mente tomó conciencia de donde se encontraba. De un vistazo rápido encontró a su derecha un botón azul que decía “abrir”. Lo oprimió con suavidad y la cápsula de vidrio que lo mantenía encerrado comenzó a levantarse emitiendo un suave zumbido. El hombre se incorporó con agilidad y bajó del lecho situado sobre una plataforma giratoria.

El amplio y claro recinto estaba completamente vacío. Las paredes plásticas se curvaban hacia el techo, que no era sino un gran espejo. Zur avanzó hacia la pared que estaba frente a él, llevó la mano a su cadera y extrajo del cinto una cajita platinada. Con ella, apuntó hacia el muro y apretó la tecla azul. De inmediato, una línea de ese mismo color surgió desde el piso y subió por la pared para prolongarse rápidamente y dibujar una puerta. Con la mano izquierda, el hombre hizo una pequeña presión y el espacio recortado desapareció, abriendo paso a una galería iluminada. Con paso firme, el hombre entró en ella y siguió derecho hasta donde una pequeña lucecita intermitente señalaba una nueva habitación. Zur se detuvo ahí, se alisó el cabello cano y entró. El sitio era mucho más grande que el anterior y una constante actividad se percibía, a pesar del silencio reinante.

Una gran computadora encendía luces de distintos colores. Las cintas de programación se detenían y volvían a girar con pequeñas pausas, mientras otras señales luminosas corrían locas por los distintos circuitos que poseía la gigantesca máquina.

- Hola Chucq, ¿cómo has estado, amigo?- dijo Zur, dirigiéndose al aparato.

Dos cintas se detuvieron, pasaron algunos segundos y se escuchó en toda la habitación:

- Gusto de tenerlo aquí, agente Pabbe. Todo bien, usted sabe, no lo programan a uno para que cometa errores.

-Tienes toda la razón. Veamos cómo están tus fuentes de energía, reserva de oxígeno y estado de los transportadores. Prepárame un informe, lo veré en la pantalla de control.

Toda la sección de informática, que había estado detenida hasta ese momento, entró en frenética actividad. Las señales prendían intermitentes y diversos ruidos indicaban que el proceso se estaba llevando a cabo.

En tres pasos, Zur llegó hasta un confortable sillón ubicado detrás de un gran tablero de control, al frente del cual se encendió una gigantesca pantalla. De pronto, en ella comenzaron a aparecer palabras que se escribían a una velocidad vertiginosa. Zur dio un suspiro de inspiración y comenzó a leer.

SUMINISTRO DE ENERGÍA: GRADO 10 POSITIVO
FALLA ELÉCTRICA EN REFINERÍA ELECTROLÍTICA: SUPERADA CON RESERVAS AUTOMÁTICAS. ESTADO ACTUAL: GRADO 8 POSITIVO. NO REQUIERE ASISTENCIA DE PERSONAL ESPECIAL.
TRANSPORTADORES: GRADO 10 POSITIVO. FUNCIONAMIENTO A 250 KM/HR. NORMAL.
RESERVA DE OXÍGEO: GRADO 5 POSITIVO. REGULAR. NECESIDAD 60%
PRODUCCIÓN DIARIA: 8.500 TONELADAS

El corpulento hombre se echó hacia atrás, hundió la mano en su bolsillo y extrajo de él una cinta de programación. La hizo jugar entre sus dedos y se levantó. Entonces fue cuando la máquina le dijo:

-¿Va a entregar nueva información? ¿Hay novedades en cuanto a la explotación cuprífera computarizada?

- Sí y no – respondió el hombre, haciendo una mueca – hay novedades, pero esto no es nueva información. Es reprogramación.

Zur Pabbe sintió un escalofrío. Sabía que era la última vez que bajaba a las entrañas del mineral, que nunca más entraría al agradable transbordador de espacio para encontrarse en esa habitación clara y vacía. Recordó la primera vez que lo había hecho, hacía ya dos años, y lo mucho que le había costado conseguir ese trabajo, ya que sólo después de estudiar muchos temas, como minería computarizada, programación de equipos ABER y estadísticas de producción fue seleccionado para desempeñarse como único agente de funcionamiento en la División Chuquicamata. Desde entonces, cada primer día de mes, se dirigía en su moderno autoreactor al gran edificio de Codelco, ubicado en el centro de la ciudad. A la entrada de éste, un gráfico luminoso de enormes dimensiones señalaba siempre a Chuquicamata como el mayor productor de cobre de la Corporación. Entraba al ascensor y en el mismo instante se hallaba en el séptimo piso. Ahí lo esperaba siempre el profesor Gasdel, su ayudante Luc Orhia y también los agentes de producción, calidad y energía, quienes tras explicarle los datos que requerían, insertaban una micro cinta en la caja informativa del agente Pabbe. Generalmente no eran muchas solicitudes, porque todo marchaba a la perfección.

Zur evocó su infancia y las interesantes conversaciones con su padre. Él siempre le contaba sobre los viejos tiempos del mineral, cuando trabajaban en él cerca de diez mil hombres, quienes vivían ahí mismo con sus familias. Por eso, tenían casas, escuelas, hospital, centros deportivos, templos, todo lo que una comunidad pueda necesitar. La explotación se hacía con métodos muy primitivos. No usaban el láser para extraer el mineral, sino que producían tronaduras con explosivos. El transporte lo efectuaban en camiones guiados por seres humanos. ¡Humanos! ¿Cuántos hombres trabajaban ahí en la actualidad? Solo Zur Pabbe, y él bajaba una vez al mes.

Entonces, la mina estaba al aire libre, “a tajo abierto” decían ellos. Y como no se conocía con exactitud la enorme cantidad de reservas que había en toda la región, construyeron su ciudad ahí mismo. La “torta” aumentó tanto su tamaño, que fue necesario evacuar toda la población a Calama, una ciudad distante 16 kilómetros al sur. No fue posible, tampoco, calcular el crecimiento de esa ciudad, por lo que los arquitectos de mediados del siglo XXI se vieron en la necesidad de diseñar una ciudad aérea que vino a ubicarse sobre el yacimiento. En ese tiempo ya se había desarrollado el sistema de minería computarizada, por lo que la construcción de la nueva Chuquicamata fue un aporte al desarrollo del país.

-¿A qué se debe la reprogramación, agente?- preguntó la máquina.

El hombre levantó la vista al techo. Su mirada rebotó en la propia imagen reflejada y con tristeza respondió:

-Adelantos, Chucq, adelantos. Los científicos de la Corporación desarrollaron un nuevo método de control que te regulará desde arriba.

-¿Es que ya no confían en ti?

Las palabras de la máquina cayeron al fondo de la conciencia de Zur. Nunca lo había pensado desde ese ángulo. Se le había ofrecido un trabajo de investigación más dinámico y con mejor sueldo, pero… ¿Había algo más excitante que ser el encargado de hacer funcionar todo Chuquicamata?

Zur se levantó del sillón y éste giró con el impulso. De un vistazo recorrió toda la inmensa máquina, se acercó a ella y con las yemas de sus dedos palpó las pantallas, botones, palancas y un sinfín de controles.

-Quizás sea eso, pero yo prefiero creer que es el avance de la ciencia y la tecnología. Un paso adelante para la cultura…- un dejo de amargura se percibía en el tono que Pabbe ponía a sus palabras—¡ Maldición, Chucq! ¿Sabes cuánta gente allá arriba vive ociosa por tu culpa? ¡Diez mil! Diez mil seres humanos hacían juntos tu trabajo. Cada uno aportaba lo que sabía y así, unidos, extraían y procesaban el cobre, trabajaban, producían. No existía el aburrimiento como ahora, todos eran importantes. Pero tú, tú lo acaparas todo.

-Comprendo lo que dice, agente Pabbe, pero se equivoca usted. Yo soy una máquina, los hombres me crearon para eliminarse molestias. Ahora sufren por la ociosidad que esto les causa, y eso es responsabilidad de ellos – la voz era lenta y pausada, como en tono de consejo—Pero como es usual en estos casos, su situación debería mejorar con el cambio, ¿no?

-Sí, claro, realizaré investigaciones.

-Eso sería ¿estar ocupado una vez por semana, y no una vez al mes como ahora?

El hombre se quedó pensando, sin mirar ningún punto específico. Por supuesto, este nuevo sistema lo favorecía indiscutiblemente, pero quedaba nula la posibilidad para otra persona de acceder a ese anhelado trabajo mensual. Para salir de ese estado de absorción, Zur giró sobre sus talones y activó su cajita plateada oprimiendo la tecla amarilla. Caminó hacia la sección de Programación y apretó cuatro botones seguidos. Se abrió una pequeña ventana, en la cual Zur insertó su caja. Las cintas se detuvieron y las señales dejaron de correr. Toda la actividad cesó. “¿Cuántas toneladas se habrán dejado de producir en estos segundos?”, pensó el hombre. “Será mejor que reprograme luego, sino me levantarán juicio por atentar contra la economía del país”.

Con suavidad extrajo su pequeña caja plateada y miró su pantalla. A continuación, oprimió la tecla verde y volvió a insertarlo en la ventana. De inmediato, las luces subieron su tono y el marcador de producción continuó indicando: 5678, 5679, 5680…

-Bueno, Chucq – dijo Zur, bajando la cabeza – me temo que ya es hora de irme.

-Adiós, agente. Que sea usted feliz en su nuevo trabajo.

El hombre sonrió, dio media vuelta y se alejó por la galería. Sos pasos fuertes y decididos retumbaron, denunciando la soledad del lugar. La línea azul estaba ahí de nuevo, dibujada en el fondo del pasillo. Con la punta de su bota, Zur presionó la pared con suavidad y volvió a abrirse el espacio.

El transportador de materia estaba ahí, en el centro. Era una cápsula de cristal con el interior acolchado. Sobre ella, en el techo, había un grueso tubo que sobresalía del espejo.

Zur tomó su cajita y, hundiendo otra tecla, habló por un pequeño micrófono que había en un costado de ella.

-Todo listo, profesor Gasdel. Voy a entrar al trasbordador ahora.

-Perfecto, Zur – se oyó desde el pequeño aparato.

Pabbe subió a la plataforma, entró a la cápsula y se tendió en ella. Aspiró profundamente el suave gas que surgía desde el piso y oprimió un botón rojo de la izquierda.

El profesor soltó las palancas de control y se tomó la cabeza con sus dos manos.

- ¿Qué has hecho, Luc? ¿No cambiaste la cinta programada con la dirección de regreso? ¿Dejaste la anterior, de la División Magallanes?

-¿Cuál cinta, profesor? Yo pensé…

Gasdel se dejó caer en un sillón. Dio un fuerte suspiro y replicó:

-¿Tienes idea a dónde mandamos al agente Pabbe? ¡Mira en esa pantalla! Está en Ona, la ciudad antártica.

-Lo siento mucho - dijo Luc, compungido.

-Es tercera vez en el año que le ocurre esto a la Corporación. Hace dos meses, el agente de la División Andina fue a parar a Canadá, y en enero tuvimos que traer a Viblan de vuelta de Pekín. Son demasiados errores en un año.

-Pero señor, usted sabe que ya no volverá a ocurrir.

-Es cierto. Chucq fue el último en reprogramarse. Se acabó esto de mandar agentes a la faena