13 agosto, 2006

Apellidos chinos: pequeñas palabras, grandes historias

Huang, Li, Wang, Nien. Graciosos suenan a nuestros oídos los monosílabos que los chinos utilizan como apellido. Pero esa misma gracia, la de ser breves y sonoros, es la que identifica como miembros de un mismo pueblo a quienes los llevan. Por influencia china, vietnamitas y coreanos también tienen apellidos de una sola sílaba. Pero algunos coreanos ponen detrás la palabra "coreano", a fin de no ser confundidos con los vecinos. Una tarea un poco difícil , creo yo, porque la gente de este lado del mundo nunca hará el esfuerzo. Si no, que alguien diga a la primera de qué origen son Sun Paik y Jin Soo-Kwon, de Lost.

Al revés de los occidentales, los chinos usan primero el apellido y luego el nombre de pila, que puede estar compuesto por una o dos sílabas. El nombre del fallecido jerarca Deng Xiaoping es un ejemplo de lo primero y el de la actriz Gong Li, de lo segundo. En ambos casos, siendo lo mínimamente respetuosos podríamos hablar de Deng o Gong. Llamarlos Xiaoping o Li, a secas, son confianzas que sólo pueden tomarse los muy, muy cercanos.

Así como con la tinta, la pólvora y otras cosas, los chinos también fueron los primeros respecto a los apellidos. En Europa, los nombres familiares comenzaron a adoptarse hacia el siglo XI y sólo quedaron bien establecidos en el XVI, mientras que en China ya había la costumbre de utilizarlos desde el siglo IV a.C., leí una vez en la revista Sinorama.

Prestigio o estigma

La gente de China ama sus apellidos, debido a la importancia que tiene la relación con los antepasados: Cada persona llega al mundo porque otros estuvieron antes en él, y todo lo bueno o malo que hicieron en vida queda como herencia para sus descendientes. El prestigio o desprestigio de un sujeto puede ser una bendición o maldición para las generaciones que lo siguen. Por eso, un apellido puede ser una buena marca o un estigma.

Las familias más tradicionales aún mantienen libros genealógicos que se remontan varios siglos. En ellos muchas veces está anotada una biografía de los miembros más ilustres.

Cuando viví en la isla de Taiwán, supe que uno de los textos básicos de la escuela primaria es el Libro de los Apellidos, que recoge los cien más comunes de toda China. En realidad existen por lo menos cinco o seis mil apellidos. ¿Tantos monosílabos? Sí, ¿por qué no si sólo el idioma mandarín --oficial para toda la nación-- tiene cuatro tonos distintos para cada sonido?

Los cien apellidos, según esa obra del siglo II a.C., se dividen en nueve categorías: nombres ancestrales, títulos póstumos, nombres estilísticos, apellidos aristocráticos, cargos oficiales, nombres de tierras feudales, lugares de residencia, actividades especiales o habilidades y profesiones. Cuentan que los emperadores cambiaban algunos apellidos, ya sea por méritos excepcionales del aludido o a causa de sus supuestos crímenes contra la nación. Hubo quienes obtuvieron apellidos elogiosos o idénticos a los de la familia imperial, mientras que otros fueron rebautizados según la mala opinión que se tenía de ellos. Así surgió, por ejemplo, el apellido Huei, que significa "serpiente venenosa".

Un mismo apellido

Chang, uno de los tres apellidos más comunes en China, es considerado "marcial". Un tercio de los famosos Chang de la historia han sido figuras militares. La leyenda dice que uno de los hijos del Emperador Amarillo inventó el arco. Por eso, recibió por apellido una palabra que contiene el ideograma "arco".

Li, también escrito en la forma inglesa Lee, es el apellido más común de China. Pero lo comparten innumerables líderes políticos. No deja de ser interesante que lleven ese apelativo el también fallceido primer ministro de la República Popular China, Li Peng, el ex presidente del gobierno chino en Taiwan, Lee Teng-hui, y el influyente ex primer ministro de Singapur, Lee Kuan-yew

Por qué Lilayú es un apellido chino

Es sabido que los chinos toman muy en serio su apellido, y nunca lo cambiarían a no ser que se les obligue. Pero algunos inmigrantes que llegaron a Chile a principios de siglo tuvieron que hacerlo.

Contaba mi abuelo materno, un cantonés ilustrado e ilustre en sus círculos, que en esa época el trámite de ingreso al país era muy difícil para quienes no sabían castellano. A los recién llegados se les pedía que adoptaran un nombre de pila en el idioma local y que indicaran cómo trascribir su apellido chino. Hubo varios casos en que el inmigrante no supo qué responder y fue el funcionario a cargo quien le dio un nombre. En el norte de Chile hay algunas familias de origen chino de apellidos León o Muñoz, tal como se llamaban los capitanes de los barcos en que llegaron.

Mi abuelo legó a su familia un curioso apellido chino de tres sílabas, que a algunos podría parecerles japonés: Lilayú, que es una adaptación de su propio nombre completo (Li Layie). Así, tomó como primer nombre Felipe (por Phillip, el que usaba en sus tiempos de estudiante en el Queens College de Hong Kong), y de segundo nombre, Woodson (una clave en inglés para indicar los ideogramas que componían su apellido "árbol" e "hijo"). Y no contento con ello, se puso un segundo apellido, Cosme (para referirse al cosmos).

El llevar el mismo apellido, sobre todo en los casos menos comunes, da a los chinos un sentido de clan. Un ejemplo puede apreciarse en el blog www.lilayu.blogspot.com

08 agosto, 2006

Mis juguetes


Para el Día del Niño, viendo los cientos de juguetes que había en los supermercados, me encontré con una caja registradora, con lector de código de barras y todo. Ya no tenía a quién regalársela, porque la Consu y el Ale están bien grandes. Pero me quedé un buen rato mirando todas sus gracias, porque me recordó una que yo tuve como a los cinco años, y que mi hermano Roberto se encargó de destruir rápidamente: le sacó el timbre para jugar a la micro.

La presencia o ausencia de juguetes lo marca a uno. Yo tuve muchos, pero creo que lo más importante es que fueron muy, muy especiales porque los recuerdo con un placer infinito. A esa edad, mi mamá tenía buena situación económica y yo recuerdo que en sus viajes a Santiago visitaba las mejores tiendas -- la Casa Hombo y la Juguetería Alemana -- para llevarme algo único. Así fue como tuve un caballito cuya cabeza, en vez de ser de palo pintado, era de peluche. Y un trompo de lata con un mecanismo que lo hacía girar empujando una palanca de arriba a abajo. Años después, mi mamá me sorprendió con una extraordinaria pareja de monos, a quienes bauticé como Lancelot Link y Mata Hari, por los personajes de una serie de TV que existía en ese tiempo.


Aunque no leo muy seguido el suplemento Artes y Letras de El Mercurio, hace un par de días domingo encontré un
artículo sobre un Museo de los Juguetes Chilenos que piensa crear un señor Santis en Valparaíso. Justamente señalaba Santis que los juguetes chilenos eran muy sencillos, de materiales muy simples, que los más elaborados tenían origen europeo. Justamente de esos fueron muchos de los míos, por eso me invadió la nostalgia cuando en una juguetería en Zurich encontré una copia exacta de mi caballito, y en un rincón de souvenirs de la CasaMilá en Barcelona, encontré también un símil de mi trompo. Lo que no he podido encontrar de nuevo han sido los inolvidables recortables Royal. Cuando me enfermaba, sabía que el reposo sería agradable porque sólo me hacían comer sopa de posta con cabellos de angel. Y para la entretención, me pasaban una bandeja, tijeras, goma de pegar, y un album nuevo de casitas para armar o muñecas para recortar y vestir. Roberto supo darle un buen destino a mi trabajo arquitectónico, ya que pegó todas las casas sobre una plancha de madera y armó un pueblo entero, con calles, tiendas, escuela y estación de bencina. Por ahí hacíamos circular sus autos Matchbox.

Recibir y regalar son dos verbos complementarios. Tuve la gran suerte de recibir y saber lo que se siente. Tal vez por eso hoy también me entretiene tanto buscar qué regalar.